Jordi Évole.
Periodista
Periodista
Uno de la mayoría
silenciosa
Lunes, 16 de septiembre del 2013
Soy un afortunado. El otro día la
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría habló de mí. Bueno, de mí y de
unos cuantos más. De los que no fuimos a la cadena humana, de esos a los que
ella llamó «mayoría silenciosa», ese concepto que debe salir en el minuto 1 de
reunión de cualquier Gobierno que ve salir a la calle mucha gente. Tan
originales como siempre.
Apreciada vicepresidenta, yo no fui a la cadena,
pero le rogaría que la próxima vez que hable de mayoría silenciosa no me cuente,
no se apropie de mi silencio. Porque le aseguro que quedarme en casa no
significa tener la opinión que usted interesadamente
presupone.
Mire, no fui a la cadena porque sigo manteniendo
buenos vínculos con el resto de España que hacen que mi primera opción no sea la
independencia. Mis padres nacieron allí, se criaron aquí, aprendieron catalán,
me lo enseñaron. He viajado por toda España sin ocultar nunca mi catalanidad, y
he tenido la suerte de conocer también una España dialogante, plural y
tolerante. Una España prácticamente desaparecida de algunos medios de
comunicación catalanes, que prefieren darle eco a una columna incendiaria de la
página 27 de La Razón. Y pasa lo mismo con la Catalunya dialogante,
plural y tolerante: que ha desaparecido de algunos medios españoles empeñados,
por ejemplo, en magnificar en sus grotescas portadas la supuesta persecución del
castellano en Catalunya. Y así los extremos han ido retroalimentándose hasta la
situación actual de casi no retorno.
Dicen ustedes que aquí hay medios de comunicación
públicos volcados en la causa independentista. No le diré que no. Y es una
anomalía que eso ya no sea ni noticia. Pero pocas cosas son tan eficaces para el
independentismo como un buen editorial del Abc o una declaración de su
ministro Wert.
Los que creemos aún en los puentes entre Catalunya
y España ya somos minoría. Y no me extraña tras todos los sinsabores vividos
desde el gratuito «apoyaré» de Zapatero: un Estatut votado en referendo,
aprobado por el Parlament, cepillado en el Congreso y luego
inconstitucional.
Ahora en Catalunya lo que impera es exhibirse como
independentista. A una amiga su hijo de 9 años le preguntó por qué ellos no iban
a lo de la cadena, que visto por la tele parecía muy guay. Y mi amiga no supo
qué responderle. Porque la puesta en escena cívica, reivindicativa y festiva es
indiscutiblemente atractiva. Por no hablar del rotundo éxito de convocatoria.
Pero yo nunca he sido muy de patrias. Ni de aquella ni de esta. Descolgaría el
banderón de la plaza Colón, me incomodan las banderitas españolas en los polos
de algunos, igual que me incomoda vivir en un lugar en el que la estelada
se ha convertido en adorno habitual de balcones, pulseras o zapatillas
deportivas.
Me dicen que con la independencia Catalunya será
libre. Será libre de España para poder equivocarse o acertar por su cuenta, como
es lícito. Pero libre con mayúsculas no me lo acabo de creer. Y no es que yo
ahora sea libre. No lo soy. Por ejemplo, como periodista mi libertad radicaría
en poder publicar aquello que considero que debo publicar. ¿Es posible llevar a
la portada de algún gran medio catalán o español algo que afecte gravemente a un
banco que ha dado un crédito a ese medio de comunicación? ¿Y con la
independencia eso será posible?
Pero ¿sabe qué pasa, apreciada vicepresidenta? Que
si alguien me da motivos para cambiar de opinión esos son ustedes, que con su
actitud se han convertido en la máquina más bestia de hacer independentistas.
Desde que gobiernan, ustedes no han perdido un solo minuto en intentar entender
lo que pasa aquí. A veces tengo la sensación de que son ustedes los primeros
interesados en que Catalunya se independice.
Si realmente quieren escuchar a la «mayoría
silenciosa», déjenla votar. Y si la Constitución es un obstáculo, refórmenla:
ustedes y el PSOE ya tienen experiencia en reformas constitucionales exprés. Y,
puestos a pedir, háganlo más pronto que tarde. Porque yo también tengo prisa.
Tengo prisa para que mis gobernantes se preocupen de algo más que no sea la
independencia. Para que los gobiernos que hemos elegido se ocupen, por ejemplo,
de la gente que lo está pasando mal. Aunque puede que a los que gobiernan aquí o
allí eso no les interese.
Lunes, 16 de septiembre del 2013
Soy un afortunado. El otro día la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría habló de mí. Bueno, de mí y de unos cuantos más. De los que no fuimos a la cadena humana, de esos a los que ella llamó «mayoría silenciosa», ese concepto que debe salir en el minuto 1 de reunión de cualquier Gobierno que ve salir a la calle mucha gente. Tan originales como siempre.
Apreciada vicepresidenta, yo no fui a la cadena, pero le rogaría que la próxima vez que hable de mayoría silenciosa no me cuente, no se apropie de mi silencio. Porque le aseguro que quedarme en casa no significa tener la opinión que usted interesadamente presupone.
Mire, no fui a la cadena porque sigo manteniendo
buenos vínculos con el resto de España que hacen que mi primera opción no sea la
independencia. Mis padres nacieron allí, se criaron aquí, aprendieron catalán,
me lo enseñaron. He viajado por toda España sin ocultar nunca mi catalanidad, y
he tenido la suerte de conocer también una España dialogante, plural y
tolerante. Una España prácticamente desaparecida de algunos medios de
comunicación catalanes, que prefieren darle eco a una columna incendiaria de la
página 27 de La Razón. Y pasa lo mismo con la Catalunya dialogante,
plural y tolerante: que ha desaparecido de algunos medios españoles empeñados,
por ejemplo, en magnificar en sus grotescas portadas la supuesta persecución del
castellano en Catalunya. Y así los extremos han ido retroalimentándose hasta la
situación actual de casi no retorno.
Dicen ustedes que aquí hay medios de comunicación
públicos volcados en la causa independentista. No le diré que no. Y es una
anomalía que eso ya no sea ni noticia. Pero pocas cosas son tan eficaces para el
independentismo como un buen editorial del Abc o una declaración de su
ministro Wert.
Los que creemos aún en los puentes entre Catalunya
y España ya somos minoría. Y no me extraña tras todos los sinsabores vividos
desde el gratuito «apoyaré» de Zapatero: un Estatut votado en referendo,
aprobado por el Parlament, cepillado en el Congreso y luego
inconstitucional.
Ahora en Catalunya lo que impera es exhibirse como
independentista. A una amiga su hijo de 9 años le preguntó por qué ellos no iban
a lo de la cadena, que visto por la tele parecía muy guay. Y mi amiga no supo
qué responderle. Porque la puesta en escena cívica, reivindicativa y festiva es
indiscutiblemente atractiva. Por no hablar del rotundo éxito de convocatoria.
Pero yo nunca he sido muy de patrias. Ni de aquella ni de esta. Descolgaría el
banderón de la plaza Colón, me incomodan las banderitas españolas en los polos
de algunos, igual que me incomoda vivir en un lugar en el que la estelada
se ha convertido en adorno habitual de balcones, pulseras o zapatillas
deportivas.
Me dicen que con la independencia Catalunya será
libre. Será libre de España para poder equivocarse o acertar por su cuenta, como
es lícito. Pero libre con mayúsculas no me lo acabo de creer. Y no es que yo
ahora sea libre. No lo soy. Por ejemplo, como periodista mi libertad radicaría
en poder publicar aquello que considero que debo publicar. ¿Es posible llevar a
la portada de algún gran medio catalán o español algo que afecte gravemente a un
banco que ha dado un crédito a ese medio de comunicación? ¿Y con la
independencia eso será posible?
Pero ¿sabe qué pasa, apreciada vicepresidenta? Que
si alguien me da motivos para cambiar de opinión esos son ustedes, que con su
actitud se han convertido en la máquina más bestia de hacer independentistas.
Desde que gobiernan, ustedes no han perdido un solo minuto en intentar entender
lo que pasa aquí. A veces tengo la sensación de que son ustedes los primeros
interesados en que Catalunya se independice.
Si realmente quieren escuchar a la «mayoría
silenciosa», déjenla votar. Y si la Constitución es un obstáculo, refórmenla:
ustedes y el PSOE ya tienen experiencia en reformas constitucionales exprés. Y,
puestos a pedir, háganlo más pronto que tarde. Porque yo también tengo prisa.
Tengo prisa para que mis gobernantes se preocupen de algo más que no sea la
independencia. Para que los gobiernos que hemos elegido se ocupen, por ejemplo,
de la gente que lo está pasando mal. Aunque puede que a los que gobiernan aquí o
allí eso no les interese.
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