Pensamiento del mes...

"El sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice" (Aristóteles)

"No he encontrado nunca nada en mi vida tan potente como la Comunicación, es mágica, cuando dos personas se encuentran emocionalmente hay de verdad un cambio químico en el cuerpo" (Dr. Mario Alonso Puig)

"Si no tienes nada bueno, verdadero y útil que decir, es mejor quedarse callado y no decir nada" (Tao)

viernes, 21 de junio de 2013

"EL DINERO DEBE SERVIR Y NO GOBERNAR"

Estas palabras del Papa Francisco se enmarcan en unas recientes declaraciones en las que condena la "Dictadura del Dinero":

En los tiempos que corren es muy excepcional escuchar palabras de condena al capitalismo en boca de los grandes líderes internacionales. No abundan los gobernantes provistos de pensamiento crítico, y son menos aún los valientes que se deciden a actuar en coherencia con su conciencia. Mientras tanto, la crisis financiera internacional continúa socavando los derechos sociales de los pueblos y los gobiernos muestran su total complacencia y resignación a los dictados de los mercados. En este contexto hay palabras que vale la pena escuchar con atención, como estas:

 “No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo precariamente el día a día, con consecuencias funestas. (...) la alegría de vivir se va apagando; la falta de respeto y la violencia aumentan; la pobreza es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir, y a menudo, para vivir sin dignidad. (...) Una de las causas de esta situación, en mi opinión, se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, aceptando su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades”. Se trata de un discurso del Papa Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio(1).

El nuevo Papa formula un breve pero asertivo análisis de la coyuntura económica internacional: “La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor todavía, hoy se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”. Los efectos de este proceso tienen claros responsables políticos: “Mientras las ganancias de unos pocos van creciendo exponencialmente, las de la mayoría disminuyen. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. (...) El afán de poder y de tener no tiene límites”.

De esta forma, constata el Papa, pareciera que nada puede interponerse al poder de los mercados: “Igual que la solidaridad, también la ética molesta. Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; una amenaza, porque condena la manipulación y la degradación de la persona”. Frente a ello propone una vieja pero a la vez novedosa receta: “Insto a los expertos financieros y a los gobernantes a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: ‘No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos’. (...) ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres; pero el Papa tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. (...) En este sentido, insiste en que el bien común no debe ser un simple añadido, una simple idea secundaria en un programa político”.

La crítica del Papa Francisco al capitalismo no arraiga en un horizonte que podríamos llamar “de izquierdas”. Más bien se fundamenta en el más estricto paradigma “aristotélico-tomista”: el dinero tiene una función natural, la cual es brindar al ser humano un marco de dignidad que le permita llevar una vida buena. Vale la pena recordar este aspecto en un país en el cual las elites conservadoras se han atrincherado en Santo Tomás y en la escolástica para defender un orden social basado en jerarquías sociales estáticas, inmodificables, sin leer de forma honesta e íntegra lo que la tradición católica sostiene respecto al capitalismo. No es necesario pasar por Marx para repudiar éticamente el neoliberalismo. Un católico sincero no podría, si es coherente, validar una ideología que, como dice Francisco, “defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.

Todas las tradiciones religiosas y los sistemas morales precapitalistas son unánimes en condenar la avaricia, la codicia, el lujo suntuario y el egoísmo. No vamos a encontrar religión alguna que considere virtuoso acumular dinero o mercancías en vano, más allá de la satisfacción de las propias necesidades fundamentales. Los pueblos indígenas tenían muy claro que la economía se debía subordinar al objetivo del “buen vivir”, el suma qamaña (aymara) sumak kawsay (quechua) o el küme mogen (mapuche). En el hinduísmo la economía debe priorizar el dharma (la rectitud) por sobre el artha (la riqueza) y el kama (el placer). En China la prioridad del bien común se expresa en la idea de Confucio del héxié shèhuì, la“sociedad armoniosa”.

La novedad capitalista consiste fundamentalmente en convertir actitudes tradicionalmente reprochables en la base moral de su funcionamiento. A inicios del siglo XVIII podemos ver un claro giro en este punto. Bernard Mandeville será uno de los primeros que se atreverá a cuestionar el carácter pecaminoso de la avaricia en su famosa “Fábula de las abejas, los vicios privados hacen la prosperidad pública”. Las abejas de Mandeville, corruptas, adictas al lujo, orgullosas y avaras, son las que sostienen la economía de la colmena. Sus vicios son necesarios. De allí que concluya que podemos ser ricos y viciosos o pobres y virtuosos, pero es imposible ser rico y virtuoso. Hay que escoger.

Con Adam Smith la avaricia y el egoísmo cambian de nombre: se llamarán ahora “deseo de mejorar” o “interés propio”, una fuerza que conducida por la libre competencia lleva a los hombres “como guiados por una mano invisible” a la prosperidad pública. Es la misma metáfora de Mandeville, pero ya depurada de cualquier connotación moral. Pero aún así, Smith todavía pensaba que este afán de riqueza tenía un límite, y se debería llegar a un estado estacionario en el cual, satisfechas las necesidades básicas, los seres humanos dedicarían sus esfuerzos a perfeccionarse en áreas distintas a la económica. Pero la historia del capitalismo ha mostrado que eso no ha sido así. En nuestra sociedad el nombre de la avaricia y la mezquindad no es otro que “crecimiento” y “utilidades”.

Cuando el Papa Francisco sostiene que en nuestra civilización “el afán de poder y de tener no tiene límites” apunta a una situación que, aunque nos parezca extraño, es nueva en la historia de la Humanidad. Como han estudiado la antropología económica, especialmente la escuela de Karl Polanyi, todas las culturas han “incrustado” la economía en un sistema de costumbres que le constreñía. De esa manera existían límites morales muy claros que sancionaban socialmente costumbres socialmente dañinas, ya que la economía tenía fines dados, entre los cuales estaba alguna noción del bien común. Estas normas se podían llegar a violar, pero ello no implicaba que la norma dejara de existir. Nuestra civilización es la única que ha roto esos límites y ha abandonado los fines en el ámbito económico. La “utilidad económica”, que siempre se había considerado un medio, pasó a ser el único fin.

Esto explica situaciones tan absurdas como las que vivimos el pasado 21 de mayo, cuando el presidente Piñera presentó al país una cuenta repleta de datos macroeconómicos fabulosos y éxitos estadísticos increíbles, pero que poco o nada tiene que ver con la satisfacción de las necesidades de una población cada vez más endeudada, hastiada por no poder llegar a fin de mes aunque se trabaje una larguísima jornada. Por este motivo la vieja idea de la “economía del bien común” ha resucitado en diferentes contextos. Autores como Stefano Zamagni(2) y Christian Felber(3) están teorizando desde esta tradición al sostener una idea tan simple como fundamental: la economía no es un fin en sí mismo. Las empresas tienen una finalidad social, no sólo privada. Por lo tanto, si su finalidad es el bien general, los Estados pueden (y deben) incentivar ciertas prácticas económicas y desincentivar otras. E incluso prohibir o perseguir alguna que otra.

El problema que se nos presenta es definir el bien común. No nos sirve lo que Aristóteles entendía por ello en su tiempo, cuando tener esclavos era normal y las mujeres eran poco más que una propiedad de sus maridos. Pero tampoco nos sirve identificar bien común con la felicidad, en una sociedad que no distingue entre deseos y necesidades y las elites creen tener “derecho” a cambiar el auto cada año. La felicidad es éticamente neutra, porque lo que a cada uno le hace feliz es inconmensurable respecto a lo que hace feliz a otros. Hay ocasiones en que lo que cabe, moralmente, no es ser feliz, sino estar triste, indignado o furioso. La felicidad no es tarea del Estado sino de cada uno. Es algo sobre lo que podemos deliberar y llegar a acuerdos democráticos sobre algunos puntos fundamentales, que en justicia deberían ser universalizados. Estos aspectos no deberían ser considerados como “valores” abstractos a los cuales tender voluntariamente. Deberían ser derechos exigibles judicialmente en un marco constitucional que les garantice y les respalde. En definitiva, para combatir la “dictadura del dinero” de la que nos habla el Papa Francisco no bastan las buenas intenciones. Ha llegado el momento volver a hacer que la política, como expresión democrática de los intereses de la mayoría, se imponga sobre el afán de lucro y la avaricia.

martes, 11 de junio de 2013

VICTORIA GRANT, por la Paz y la Abundancia !!

Extraordinario discurso de 6 min. de Victoria Grant, la niña que ya nos sorprendió el año pasado, y que revela el origen de la pobreza y cómo resolverla. Lo que no logran (o no quieren) solucionar los expertos mundiales, Victoria nos da la solución más simple y eficaz posible... "detengamos a los corruptos y habrá paz y abundancia".
Me rindo ante las nuevas generaciones que SÍ van a cambiar el mundo, sencillamente porque ya no entienden cómo hemos podido vivir encima de la "basura" y ellos desean vivir en un jardín.



domingo, 2 de junio de 2013

Lo que debes saber de: Carrefour, Alcampo, El Corte Inglés, Mercadona, Eroski, etc.

Esther Vivas, licenciada en Periodismo y Máster en Sociología, forma parte del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) en la Universidad Pompeu Fabra y es autora de varios libros sobre soberanía alimentaria y consumo crítico. Nos da las claves del funcionamiento del actual sistema.
Lo que debes saber de: Carrefour, Alcampo, El Corte Inglés, Mercadona, Eroski, etc.