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viernes, 21 de octubre de 2011

LA HUMANIZACIÓN DE LAS ORGANIZACIONES

Hoy en día se habla mucho de que vivimos en una sociedad egoísta, poco solidaria y nada altruista. Personalmente me resisto a considerar esta afirmación como una realidad absoluta. Bien es cierto que parece ser que estos aspectos negativos abundan en nuestro mundo, pero por otro lado observo un comportamiento humano individual cargado de un extraordinario valor positivo:
  • Participación activa en programas sociales.
  • Aumento del voluntariado y de socios en las Ong’s.
  • Recaudaciones masivas de recursos para causas justas.
  • Desplazamiento del dinero como único valor supremo de nuestra escala de valores.
  • Implantación de una conciencia más elevada, etc.
Parece como si "la Enfermedad", (definida como: la carga que podemos llevar de insolidaridad y egoísmo en nuestro interior), nos acogiera a todos en masa, a la vez; o bien a aquellos pocos que por naturaleza "enferman"; o como a seres individuales, que de forma puntual y esporádica también nos "resfriamos"; pero sin afectar a la mayoría de individuos en estado normal.
No se trata por tanto de una "Enfermedad" que haya alcanzado registros de epidemia. Creo que debe existir una disociación al considerar "la Enfermedad" de forma general o de forma individualizada.
De todas maneras, como vivimos en sociedad y muchas veces en una sociedad muy impersonal y distante, (en especial por la tendencia a las grandes concentraciones humanas), reflejamos en ella nuestro comportamiento más externo y superficial. Es por ahí, en la superficie, que "la Enfermedad" actúa con más virulencia, cuando nadie tiene nombres y apellidos, cuando somos uno más de este barrio, ciudad o país…, es cuando ésta se hace más patente.
Vivimos política, social y laboralmente, inmersos en las redes de nuestras propias organizaciones, creadas, gestionadas y mantenidas por nosotros mismos. Hoy día el nivel de dependencia de un ser humano hacia su entorno organizacional es mucho más fuerte que el que tiene hacia su entorno humano. (El trabajo nos quita muchos momentos que pertenecen a la familia, los amigos o la comunidad). De ahí que el gobierno, la empresa, la universidad, el despacho, el partido… adquieran mucha más relevancia que Juan, Irene, Salvador o Pilar, como posibles amigos, familiares o vecinos.
Parece como si las organizaciones en las que nos movemos nos hubieran contagiado su excesivo individualismo y egocentrismo. La lógica frialdad de sus estructuras ha penetrado en nuestra carne humana, caliente y viva, enfriando también nuestra capacidad de respuesta hacia lo humano.
Recordemos que el tipo de organización que más nos interesa aquí es la empresa, y recordemos también que busca únicamente la satisfacción de sus propios intereses (en forma de beneficios), sin pensar por supuesto en ayudar a cubrir ningún tipo de necesidad ajena, ya que por norma, al competidor se le ha de ver hundido y a la empresa u organización ajena a nuestro sector de interés, simplemente hay que ignorarla.
Tal vez, como seres humanos, hemos delegado demasiado nuestra confianza en las estructuras, los sistemas y las organizaciones, dejando demasiado de lado el factor humano, y no me refiero como "pieza de un engranaje", que eso sí que por desgracia lo hemos tenido en cuenta; sino como ser vivo y repleto de humanidad, y que por tanto da vida a esas mismas estructuras, sistemas y organizaciones, dotándolas de sentido.
Recordemos en esencia, que el sentido real de una empresa en este mundo es el de proporcionarnos el medio para desarrollar nuestras vidas de la mejor manera posible, tanto por los bienes/servicios que produce, como por los individuos que dependen de ella tanto dentro como fuera de la organización.
Si por el contrario, la empresa destroza, impide o simplemente disminuye el desarrollo normal de nuestras vidas, dejará de cumplir su función básica y por tanto se convertirá en lo que muchas empresas son hoy en día: centros de producción masiva de "la Enfermedad":
  • Lugares en los que se fomenta la competitividad que desemboca en rivalidad
  • La individualidad aunque se disfrace de trabajo en equipo
  • La primacía de los intereses de la empresa incluso por encima de los del grupo humano que la sostiene.
Todo ello es normal que genere grandes dosis de egoísmo e insolidaridad.
El reto para la nueva era es evidente. Invertir el proceso de enfriamiento de los seres humanos por el del calentamiento de las organizaciones y empresas que hemos creado. Infundir sangre nueva, caliente y vital en todos los niveles de la organización. Es decir, dotar a las empresas de una Ética Corporativa que vaya más allá de una sucesión de acciones filantrópicas sin continuidad. Evitemos la caridad asistencial para plantear unos objetivos que desarrollen iniciativas de continuado progreso para el bien común, allí donde la influencia de la empresa sea más conveniente.
Hay que empezar a tratar a la empresa como un ser vivo que orientamos y dirigimos nosotros, los seres humanos, y que por tanto no nos dejamos dominar por ella.
La Responsabilidad Social puede ser uno de los instrumentos de la Ética Corporativa en la nueva era, para potenciar el bien común, favoreciéndonos por tanto a nosotros mismos y a los intereses de nuestras propias organizaciones. En un mundo en el que todos los campos del saber están demostrando que todo se intercomunica, hay que plantearse que el bien social es nuestro bien.
Cuando una empresa impacta con sus decisiones a la sociedad que la rodea, no puede desvincularse de las consecuencias de éstas decisiones. La humanización de la empresa está siendo en los principales foros de vanguardia el aspecto más destacado, y con ello, la confirmación de que se convertirá en un factor de cambio y de éxito empresarial. Tal vez de esta forma iniciemos un contagio masivo de Consciencia Humana en nuestras empresas, que no importe que adquiera dimensiones de epidemia.

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